La memoria es un bien preciado. No podríamos vivir sin nuestra capacidad de recordar eventos. Pero el cerebro también necesita olvidar, y en momentos que no esperarías: por ejemplo, para poder encontrar un juego de llaves.
La función de nuestra memoria ha sido objeto de estudio durante siglos, pero aún no la hemos entendido. El ariete de la ciencia de la memoria es la investigación de la enfermedad de Alzheimer y otras formas de demencia. Da gusto pensar que se pueden curar, pero no es solo un tema de salud: es sobre todo económico. Demencia cuesta 1,3 billones de dólares anuales: para 2050 el "daño" de un mundo más viejo y olvidadizo ascenderá a 2,8 billones de dólares.

Comprenderás bien cómo en este punto es una cuestión crucial. Y esto explica, por ejemplo, el presupuesto de la UE de 500 millones de euros al año. Los esfuerzos económicos en el tema han aumentado un 50% en los últimos 5 años: todos quieren ser los primeros en "descifrar" el cerebro.
¿En qué momento se encuentra la investigación sobre la memoria en la práctica?
Hace solo unas semanas un estudio mostró avances importantes en la comprensión de cómo funciona la memoria a largo plazo. Unido a nuevos métodos de diagnóstico podría ayudar en el tratamiento o incluso la prevención de enfermedades de demencia como la enfermedad de Alzheimer.
Entre las cosas ya establecidas, sin embargo, está el hecho de que nuestra memoria es subjetiva. Ahora hay tantos estudios que muestran cómo los recuerdos cambian con el tiempo cuando las personas recuerdan eventos particulares. Los detalles también se agregan o modifican a menudo. Por eso los testigos presenciales en las investigaciones no son tan fiables como cuentan las series de televisión: ciertas estrategias de interrogatorio, por ejemplo, pueden afectar la forma en que recuerda las cosas.
¿Cómo cambiarían las cosas si la memoria fuera objetiva e inalterable?
Al menos a nivel judicial habría indudables mejoras. En el resto quién sabe. Llegaré a eso más tarde. En cualquier caso, también hay varios estudios para esto.
La investigación científica sobre los llamados nanobot, por ejemplo, podrían dotar a la neurociencia de un gran potencial. Estos pequeños dispositivos (que se supone serán cada vez más pequeños) podrán grabar información del cerebro a través de un sistema, o incluso transmitirla vía wifi a una nube externa para conservar nuestra memoria. Suena a ciencia ficción, ¿verdad?
Por el momento lo es, como todas las tecnologías de frontera. Para llegar allí, además de la miniaturización de plantas y nanobots, también se necesitarán ordenadores de una potencia increíble. Sin embargo, la neurociencia y las computadoras cuánticas están dando pasos en esa dirección. En el primer caso, registramos los primeros cuerpos programables y los avances de Neuralink y similares En el segundo, todos los avances relacionados con computadoras cuánticas
En otras palabras, conectar nuestra memoria a una nube no es una realidad del presente, sino una perspectiva concreta del futuro.
Entonces, ¿cuáles serían los beneficios de no olvidar?
Nuestros cerebros tienen una capacidad limitada. Y guardar parte de la información que tenemos en una computadora nos permite liberar parte de ella y dedicarnos a aprender cosas nuevas. Esto ya es una realidad: usamos smartphones, asistentes de voz y la nube para “estacionar” información (desde citas hasta contraseñas, desde cronómetros de pasta hasta fotos de vacaciones) y para ayudarnos a no olvidarlos.
Hasta aquí hablamos de cosas bonitas. ¿Qué pasa cuando los recuerdos son malos? La discusión cambia: ¿en algunos casos es más útil recordar u olvidar?
Ya hay proyectos en marcha que investigan cómo puede ayudar la estimulación cerebral hacer inactivas las experiencias traumáticas. Un objetivo comprensible. Pero si nuestra memoria también se vuelve accesible desde el exterior, ¿quién juzgará lo que es una experiencia traumática? De nuevo: cuando alcancemos la capacidad de alterar y borrar recuerdos cuando se nos ordene, ¿qué nos dirá realmente si un recuerdo es real o no?
La legislación sobre este punto es aún inexistente. O casi: por el momento el primer (y único) país en el mundo en establecer una ley para proteger los derechos neurológicos incluso en su Constitución ha sido Chile, es de esperar que otras naciones le sigan pronto.