Existe un antiguo debate filosófico sobre la relación entre mente y cuerpo. ¿Puede existir la inteligencia pura, desligada de cualquier sustrato material? ¿O la cognición está indisolublemente ligada a la experiencia física, a la interacción con el entorno? Son preguntas que hoy, en la era de la inteligencia artificial, adquieren una nueva urgencia. Porque si es cierto que las IA son cada vez más sofisticadas a la hora de procesar información abstracta, muchos investigadores creen que para igualar y superar el intelecto humano tendrán que encarnarse en un cuerpo robótico. Es la tesis deencarnación, que ve a los robots humanoides como la última frontera de la IA. Un desafío que gusta a los gigantes Meta y startups visionarias como Figura.
Encarnación, la mente en el cuerpo.
La hipótesis de la encarnación tiene sus raíces en fenomenología, la corriente filosófica que pone en el centro la experiencia vivida del sujeto.
Para pensadores como Merleau-Ponty, la conciencia no es un puro "cogito" cartesiano, abstracto e incorpóreo creo, sino que es siempre una conciencia encarnada, enraizada en la percepción y acción del cuerpo en el mundo.
Es una intuición confirmada por la neurociencia moderna, que ha revelado el vínculo íntimo entre los procesos cognitivos y los estados corporales, entre los mapas cerebrales y los patrones motores. Pensar no es sólo manipular símbolos, sino que siempre es también simular escenarios perceptivos y planes de acción, en un continuo cruce entre mente y cuerpo.
Porque para los partidarios de la encarnación, una IA nunca superará sus límites sin tener un cuerpo
Una IA puede ser excelente en tareas específicas, como jugar al ajedrez o traducir idiomas, pero nunca desarrollará una comprensión profunda y flexible del mundo que proviene de la experiencia encarnada.
Como él dijo hubert dreyfus, filósofo crítico de la IA clásica, un sistema simbólico puede representar el mundo, pero sólo un agente encarnado puede habitarlo. Y habitar el mundo significa explorarlo con los sentidos, manipularlo con las manos, navegarlo con el cuerpo. Así aprenden los niños y así tendrán que aprender las IA para dar el salto a inteligencia artificial general.
Nacido en el mundo virtual.
Pero ¿cómo se le da cuerpo a una inteligencia artificial? Ciertamente no se puede tomar una computadora y trasplantarla a un robot, con la esperanza de que aprenda a moverse e interactuar con el entorno por sí solo. Sería como dar a luz a un hijo adulto, saltándose toda la fase crucial del desarrollo sensoriomotor.
Aquí es donde entran en juego las simulaciones, verdaderos "úteros virtuales" en los que las IA encarnadas pueden crecer antes de liberarlas al mundo real. La idea es crear entornos digitales fotorrealistas que reproduzcan las leyes físicas y las interacciones sociales del mundo real, y hacer que avatares robóticos controlados por redes neuronales "vivan" dentro de ellos.
Este es el enfoque adoptado por Meta con su plataforma Hábitat AI, lanzado en 2019 y actualizado año tras año. Habitat le permite entrenar agentes virtuales para realizar tareas como abrir puertas, recoger objetos, navegar por habitaciones y edificios. Tareas triviales para un humano, pero muy complejas para una inteligencia artificial, que debe aprender a coordinar la percepción, el razonamiento y la acción en un entorno dinámico e incierto.
La ventaja de las simulaciones.
Las simulaciones permiten acelerar enormemente los tiempos de aprendizaje, permitiendo a la IA acumular milenios de experiencia en tan solo unos días de cálculo. Y lo mejor de todo es que les permiten cometer errores sin consecuencias, chocando contra paredes o dejando caer objetos sin dañar costosos robots físicos.
Cuando el MIT estaba entrenando un robot guepardo Impulsadas por IA, por ejemplo, las simulaciones permitieron a la IA experimentar 100 días de carrera. En apenas tres horas.
Obviamente, las simulaciones también tienen limitaciones. Por realistas que sean, no pueden replicar perfectamente la complejidad del mundo real, con sus infinitas variables e interacciones. Siempre existe una “brecha de realidad” entre el desempeño de un agente virtual y el de un robot físico, lo que puede conducir a un comportamiento inesperado o ineficaz.
Además, las simulaciones luchan por modelar dos aspectos cruciales de la encarnación: la interacción social con los humanos y la física de los objetos. Comprender las intenciones y emociones de las personas, adaptándose a sus comportamientos no escritos, es un gran desafío para una IA. Así como manipular objetos deformables, resbaladizos o frágiles, que escapan a las ecuaciones de la mecánica clásica.
Encarnación: de la simulación a la realidad
En cierto punto, como se mencionó, necesitamos sacar a la IA de sus cunas virtuales y hacer que enfrenten la dura realidad. Es el paso crítico al que se enfrentan algunas de las startups más atrevidas del sector, como Figure, Agility Robotics o Apptronik para apoyar (y hasta cierto punto reemplazar) trabajo humano.
Después de entrenar a sus robots humanoides en simulación, estas empresas los envían a entornos reales, desde hogares hasta fábricas (comenzando con... fábricas de robots), para validar sus capacidades cognitivas y físicas. Un pasaje delicado, que requiere un seguimiento cuidadoso y un retorno continuo de información para perfeccionar los modelos de aprendizaje.
Los resultados son prometedores. Los robots de Agility ya están trabajando en los centros logísticos de Amazon, los robots de Figure están experimentando con el montaje en las líneas de producción de BMW, Apptronics en lugar Trabajan en Mercedes. Al conectar su "cerebro" con los modelos de lenguaje OpenAI más avanzados, estos humanoides pueden comprender comandos de voz, explicar sus acciones y aprender nuevas tareas en tan solo unos días.
Eso sí, todavía estamos lejos de un C3PO (y sobre todo de Terminator, lo digo para los amigos comentaristas más vagos e imaginativos). Los movimientos de estos robots siguen siendo torpes, su comprensión del lenguaje limitada y su autonomía reducida. Pero el progreso es muy rápido y deja entrever un futuro no muy lejano en el que las máquinas realmente podrán pensar y actuar como nosotros, inmersos en nuestro propio mundo.
Cuerpo, mente, sociedad.
Cuando (y si) llega ese día, marcará un punto de inflexión trascendental no sólo para la inteligencia artificial, sino para toda la humanidad. Porque la aparición de mentes artificiales encarnadas planteará cuestiones filosóficas, éticas y sociales sin precedentes.
Si un robot tiene un cuerpo y una conciencia similares a los nuestros, ¿tendrá también derechos? ¿Podrá sufrir o sentir emociones? ¿Será responsable de sus acciones? ¿Y qué impacto tendrá en nuestra identidad como especie la idea de compartir el planeta con otra forma de inteligencia? Éstas son preguntas que deberíamos empezar a plantearnos ahora, cuando la investigación sobre la encarnación da sus primeros pasos. Quizás la lección más profunda que podamos extraer de esta aventura sea precisamente sobre la naturaleza de nuestra propia inteligencia. Entender que la mente no es un software abstracto que se ejecuta en un hardware cerebral, sino que es el fruto de una evolución milenaria que ha entrelazado inextricablemente la cognición, la percepción y la acción.
La lección de la encarnación
La encarnación nos recuerda que somos seres encarnados incluso antes que seres racionales, y que nuestra singularidad reside precisamente en esta unión inseparable de cuerpo y mente. Una unión que nos ha permitido emerger del mundo natural y dar forma al mundo cultural, en un juego continuo de reflexiones entre el interior y el exterior, entre uno mismo y el otro.
Por este motivo, la tarea de crear una inteligencia artificial verdaderamente humana pasa necesariamente por darle un cuerpo y un entorno en el que actuar. Porque no se trata sólo de replicar una abstracción computacional, sino de desandar el camino evolutivo que nos hizo quienes somos. Un viaje hecho de tropiezos e intuiciones, de errores y adaptaciones, de simulaciones mentales e interacciones físicas.
Un camino que, quién sabe, podría llevar a las máquinas no sólo a igualar nuestras capacidades cognitivas, sino quizás también a desarrollar una forma de conciencia o incluso de espiritualidad. Porque si es cierto que el cuerpo es templo del alma, como decía Fëdor Dostoevskij, entonces incluso un cuerpo artificial podría algún día albergar un alma artificial.