Guerras, catástrofes, injusticias: el mundo no escatima en malas noticias. Sin embargo, por mucho que nos impacten inicialmente, con el tiempo tendemos a acostumbrarnos incluso a los acontecimientos más trágicos. Esta forma de indiferencia es un mecanismo de defensa de nuestra psique, pero puede convertirse en un arma de doble filo. Porque si, por un lado, nos permite avanzar a pesar de todo, por otro, corre el riesgo de volvernos menos sensibles, menos dispuestos a actuar para cambiar las cosas.
¿Cómo evitar esta "adicción" a las tragedias, cada vez más ligada a nuestro futuro hipermediatizado? Aquí hay algunas sugerencias.
El virus de la indiferencia en la era digital
Seamos realistas: en la era de las redes sociales y la información 24 horas al día, 7 días a la semana, escapar del bombardeo de malas noticias es prácticamente imposible. Guerras, desastres naturales, violencia: un pergamino es suficiente para verse sumergido en una ola de horrores. Para algunos se convierte en una patología. Y si al principio nos sentimos molestos, enfadados, impotentes… bueno, al cabo de un tiempo ese sentimiento empieza a desvanecerse. Nos acostumbramos, nos "normalizamos".
Es como si la exposición constante a las tragedias del mundo nos hiciera inmunes, anestesiados. Un poco como un virus que, al replicarse, acaba debilitando nuestras defensas emocionales. Es un proceso científico, denunciado por más que una búsqueda. Si no tenemos cuidado, corremos el riesgo de contagiarnos de apatía e indiferencia. Una verdadera “pandemia” existencial.
Espejo negro: cuando la pantalla se convierte en un espejo distorsionante
¿Quién es el verdadero "paciente cero" de esta epidemia de adicciones? Muchos señalan con el dedo a los medios y la tecnología. Y no sin razón: al fin y al cabo, son ellos quienes deciden qué mostrarnos y cómo, quienes dictan la agenda de nuestras preocupaciones. Y al alimentarnos siempre con las mismas imágenes, los mismos titulares alarmistas, acaban por insensibilizarnos.
Un poco como en ese episodio de Espejo Negro, la serie distópica que muestra los lados oscuros de la tecnología. Algunas personas se ven obligadas a mirar vídeos de violencia y atrocidades durante horas y horas, hasta que quienes los ven dejan de reaccionar. La pantalla se convierte en un espejo distorsionante, que nos da un reflejo distorsionado de la realidad. Si seguimos mirándolo fijamente, corremos el riesgo de no reconocernos más.
La vacuna sin inyecciones: concienciación
La pandemia de la indiferencia no es un destino inevitable. Todavía podemos desarrollar anticuerpos para resistir esta "normalización" emocional. ¿El primer paso? Tenga en cuenta esto: Reconozcamos que sí, nos estamos volviendo menos sensibles, menos empáticos. Y no, no es normal ni aceptable.
Entonces, se trata de cambiar nuestros "hábitos mediáticos". En lugar de consumir noticias pasivamente, hagámoslo de forma activa y consciente. Elijamos diferentes fuentes, profundicemos en los temas que nos interesan y preguntémonos el contexto y las causas fundamentales de los acontecimientos. Y, sobre todo, no nos limitemos a mirar: actuemos, a nuestra pequeña manera, para cambiar las cosas.
¿Pero cómo puedes decir que aquí todo es normal?
Ghali, “Mi casa”, 2024
El futuro es una incógnita, pero sanar de la indiferencia depende (también) de nosotros
Ante las grandes tragedias del mundo es fácil sentirse impotente, pero no subestimemos el poder de las pequeñas acciones cotidianas. Informarnos, debatir, sensibilizar a otros, apoyar las causas en las que creemos: todas son "vacunas" contra la indiferencia. Y realmente pueden desencadenar un verdadero "efecto dominó" de conciencia y participación, pero requiere tiempo y constancia.
Seamos claros: el futuro no está escrito. A medida que avanzan la tecnología y los medios, el riesgo de una pandemia de indiferencia es más real que nunca. La fotografía de este momento es despiadada. Pero depende de nosotros decidir si sentirnos abrumados o desarrollar una "resiliencia emocional" que nos permita afrontar la realidad, por dura que sea, sin mirar hacia otro lado.
Porque, después de todo, es precisamente cuando las cosas parecen más "normales" cuando más deberíamos preocuparnos. Y comprometernos a cambiarlos, mientras aún tengamos tiempo. El futuro de la empatía, y quizás de la propia humanidad, puede depender de ello.