¿De dónde viene la conciencia? ¿Es una propiedad emergente del cerebro o algo más fundamental, intrínseco a la materia misma? ¿Es real o simplemente una ilusión creada por nuestras neuronas? Son preguntas que han perseguido a filósofos y científicos durante siglos, pero que hoy, gracias a los avances de la neurociencia y la física cuántica, están encontrando respuestas nuevas y sorprendentes. Una de ellas es el panpsiquismo, la teoría según la cual la conciencia está en todas partes, desde la partícula más simple hasta las estrellas del firmamento. ¿Es una provocación de hoy o una revolución científica de mañana?
La silla pensante
Imagínate sentarte en tu sillón favorito y escucharlos susurrar: "tranquilo... me estás aplastando". No quiero trivializar, pero según el panpsiquismo funciona exactamente así: cada objeto, desde el más complejo hasta el más banal, puede tener un atisbo de conciencia. La idea puede hacerte sonreír (o estremecer), pero tiene raíces antiguas. Ya en el siglo XVI el filósofo italiano francesco patricio Sostuvo que todo el universo estaba impregnado de un alma cósmica. Una visión romántica, suplantada en el siglo XX por el triunfo del reduccionismo científico. Hoy, frente al enigma aún sin resolver de la conciencia, el panpsiquismo está regresando.
Una neurona no hace la primavera
El punto de partida es este: a pesar de los avances de la neurociencia, aún no hemos podido explicarlo cómo un kilo y medio de tejido cerebral puede generar la experiencia subjetiva, el "sentimiento" de ser consciente. Es el famoso "problema difícil" de la conciencia, que ha hecho que los filósofos de la mente consuman montañas de papel y ríos de tinta. Pero si la conciencia no surge del cerebro, ¿de dónde viene? El panpsiquismo invierte la perspectiva: ¿y si una propiedad fundamental de la materia, como masa o carga eléctrica? Si cada partícula tuviera un mínimo de "psiquismo", entonces la conciencia no sería un milagro biológico, sino una característica generalizada del universo.
El panpsiquismo, una cuestión Italia-Estados Unidos
Sobre todo, dos neurocientíficos dan crédito a esta idea: el italiano Julio Tononi y el americano cristobal koch. Según ellos, la conciencia emerge siempre que hay una sistema físico integrado y diferenciado, es decir, con muchas partes interconectadas pero distintas. Como un cerebro, claro. Pero también como un cristal o un vórtice de agua. Cuanto más complejo y organizado es un sistema, dicen Tononi y Koch, más consciente es. Por eso un grupo de neuronas está más "despierto" que una piedra, pero menos que un gato o un ser humano. Es una teoría de la información integrada, que mide la conciencia en bits, como si fuera un software universal.
Pero hay quienes van más allá. Por algunos panpsiquistas (y para por investigadores de Microsoft), las estrellas y galaxias también podrían ser conscientes, como cerebros cósmicos gigantes. Una sugerencia fascinante, que nos remonta a las visiones místicas de nuestros antepasados, cuando veían el cosmos como un organismo vivo y sensible.
![panpsiquismo](https://smush-3879153.b-cdn.net/3879153/wp-content/uploads/2024/03/giulio-tononi.jpg?lossy=1&strip=1&webp=1)
Estamos en el terreno de las especulaciones más audaces. Todavía no tenemos evidencia empírica de que la conciencia sea una propiedad de la materia, y mucho menos de que impregne el universo. Si queréis mi opinión "poética", el panpsiquismo actualmente sólo tiene un mérito. El de hacernos mirar con otros ojos el mundo que nos rodea, el de devolver alma y dignidad incluso a los objetos más humildes e insignificantes.
La némesis del panpsiquismo: ¿conciencia o ilusión?
Obviamente, no todo el mundo sigue el camino del panpsiquismo. Para muchos científicos y filósofos, esto es sólo un intento desesperado de eludir el problema de la conciencia, una evasión metafísica que no explica nada. Algunos, como el filósofo británico keith franco, llegan a negar la existencia misma de la conciencia, tildándola de ilusión creada por el cerebro. El exceso opuesto, si se quiere: según esta visión "eliminativista", lo que llamamos conciencia no es más que un truco de la mente, una alucinación virtuosa que nos hace creer que somos algo más que autómatas biológicos. Una perspectiva inquietante, que nos priva de nuestro tesoro más preciado: la sensación de ser un ego, un sujeto, una chispa de conciencia en el universo.
El problema difícil sigue siendo difícil
Al final, la única certeza es que la conciencia sigue siendo el gran misterio sin resolver de la ciencia. A pesar de los avances en la neurociencia y la filosofía de la mente, todavía no tenemos una explicación convincente de cómo un grupo de células puede generar la experiencia subjetiva, “lo que se siente” de estar consciente.
El panpsiquismo es un intento audaz de afrontar este desafío, pero plantea más preguntas de las que responde. Si todo es consciente, ¿por qué no escuchamos los gritos de dolor desde las sillas en las que nos sentamos? ¿Y cómo se fusiona la conciencia de las partículas individuales en la conciencia unitaria y coherente de un ser vivo? Son preguntas que nos devuelven al punto de partida: el difícil problema de la conciencia. Un enigma que hizo sudar a los más grandes pensadores de cada época, desde Descartes a Chalmers, y que todavía hoy nos deja estupefactos y fascinados.
Pero tal vez ésta sea precisamente la belleza de la conciencia: el hecho de que escapa a cualquier explicación reduccionista, que se resiste a cualquier intento de objetivarla y diseccionarla. La conciencia es el misterio que vive en nuestro interior, que nos hace humanos y partícipes del cosmos. Es la chispa divina que nos hace decir "yo", la que nos hace sentir vivos y reales en un universo que de otro modo sería frío e indiferente.