70 años: esta es la esperanza de vida media mundial en la actualidad, frente a los 47 años de 1950. Un salto adelante sin precedentes en la historia de la humanidad, que atestigua el éxito de la primera revolución de la longevidad: vencer las enfermedades que nos mataron prematuramente. Pero ahora, advierte el economista Andrew Scott, en su último libro “El imperativo de la longevidad”que saldrá el 23 de abril, es hora de una segunda revolución. Una revolución quizás aún más ambiciosa: no sólo vivir más, sino envejecer mejor. Porque si es cierto que estamos destinados a ser cada vez más viejos, el verdadero desafío es llegar a la vejez con salud, autonomía y plenitud. Un desafío que requiere un cambio de paradigma científico, médico, económico y cultural. Bienvenidos a la era de la "longevidad 2.0", ¿puedo decirte algo?
Más allá del límite
Hasta hace unas décadas, envejecer era un lujo para unos pocos. Guerras, hambrunas, epidemias diezmaron a la humanidad mucho antes de que las arrugas surcasen los rostros. Hoy, al menos en el mundo desarrollado, la vejez es un horizonte común y casi predecible. En el Reino Unido, uno de cada dos niños tiene excelentes posibilidades apagar noventa velas. Un triunfo de la longevidad que, sin embargo, trae consigo nuevos desafíos existenciales.
Porque si es cierto que hemos ganado años de vida, no se puede decir lo mismo de la calidad de esos años extra. De lo contrario: Hoy en día, cuanto más vivimos, más dolencias y enfermedades acumulamos. Enfermedades cardiovasculares, diabetes, demencia senil, tumores: el mínimo común denominador es la edad. La vejez todavía rima con demasiada frecuencia con decadencia, dependencia y soledad. Un destino al que parecemos condenados, como si se tratara de un impuesto inevitable al don de la longevidad. Algunos incluso dicen preferirlo: absurdo, cierto, amigos de Derecho a la salud plena: contra la ética y la retórica letales? (Léelos, ¡se lo merecen! No me pagaron, lo digo espontáneamente).
¿Pero estamos seguros de que tiene que ser así? ¿Que el envejecimiento es un proceso inmutable e inevitable, al que sólo podemos resignarnos? Andrew Scott no encaja. Y lanza una provocación radical: ¿y si la verdadera frontera no fuera prolongar la esperanza de vida, sino ralentizar el ritmo al que envejecemos? ¿Qué pasaría si la misión de la longevidad no fuera simplemente añadir años a la vida, sino vida a los años?
Una cuestión de edad (biológica)
Para Scott, la clave es distinguir entre edad cronológica y edad biológica. la primera es el que marca la cédula de identidad, el número de resortes que tenemos a nuestras espaldas. El segundo es lo que "sienten" nuestros órganos y tejidos, el desgaste acumulado a nivel celular. Y, como sabes, ambas cosas no siempre coinciden.
Hay setenta años que tienen más determinación y claridad que yo y mis 48 resortes. Y 48 años con un cuerpo de ochenta (no es mi caso, salvo los lunes). Gracias (o por culpa) a los genes, por supuesto, pero también al estilo de vida, a la alimentación, al ejercicio físico y a las experiencias. Factores que pueden acelerar o ralentizar nuestro reloj biológico, independientemente de nuestra edad. Y aquí es donde se abre un rayo de esperanza. Porque si el envejecimiento no es un destino inevitable escrito en el ADN, sino un proceso dinámico y maleable, entonces quizás podamos intervenir para modularlo. No para detenerlo o revertirlo (eso, al menos por ahora, sigue siendo un sueño alquímico), sino para frenarlo y amortiguar sus efectos más nocivos. Longevidad 2.0, amigo.
¿Como? Estudiando en profundidad los mecanismos biológicos que regulan el envejecimiento. Identificar los circuitos moleculares que se bloquean con la edad, los procesos inflamatorios que se desencadenan, las células que pierden vitalidad. Y luego buscar formas de repararlos, desactivarlos, regenerarlos. Un poco como se hace con un coche antiguo: no se puede evitar que envejezca, pero con un mantenimiento cuidadoso se puede conseguir que funcione bien y durante mucho tiempo.
Longevidad, una ciencia joven para una sociedad que envejece
Les presento “Gerociencia”, la disciplina emergente que estudia los factores comunes del envejecimiento para prevenir o tratar enfermedades asociadas. Un desafío fascinante y complejo, que está catalizando enormes inversiones y talentos brillantes.
De las células madre a los organoides, de los inmunomoduladores a los "depuradores" de células deterioradas: las líneas de investigación se multiplican, con resultados prometedores (aunque todavía en gran medida preclínicos). El objetivo inmediato no es la inmortalidad, sino un envejecimiento más saludable y menos medicalizado. Ganar años de juventud, como los llama Scott.
Una perspectiva revolucionaria, que abre nuevos escenarios. Si pudiéramos frenar el envejecimiento biológico aunque fuera un poco, el impacto en la salud global sería enorme. Un estudio estima que ampliar sólo un año La esperanza de vida promedio en Estados Unidos generaría beneficios. por 38 billones de dólares. Cifras que hacen palidecer el PIB de naciones enteras en comparación.
Pero las ventajas no serían sólo económicas. Serían ante todo humanos. Porque una población que envejece bien es una población más activa, productiva e independiente. Menos agobiados por la discapacidad y la soledad. Más capaz de hacer un buen uso de su riqueza de experiencia y sabiduría. En otras palabras: una sociedad que no sólo sea más longeva, sino más vital y cohesiva.
Una revolución de 360 grados
Seamos claros: el camino aún es largo. Está plagado de obstáculos, no sólo científicos, sino también éticos, sociales y culturales. ¿Cómo podemos garantizar la igualdad de acceso a las terapias antienvejecimiento, evitando que sean un privilegio de unos pocos? ¿Cómo podemos adaptar los sistemas de salud, pensiones y empleo a una población que envejece más lentamente? ¿Cómo luchar contra los estereotipos negativos que aún pesan sobre la vejez?
Éstas son preguntas cruciales que requieren respuestas compartidas y con visión de futuro. Una gobernanza del envejecimiento que involucre a todos los actores involucrados: de la investigación a la política, de la industria al tercer sector, de los medios de comunicación a los ciudadanos. Porque la longevidad no es sólo una cuestión médica o demográfica: es un desafío sistémico, que desafía nuestra forma de concebir la vida, la muerte y el tiempo.
Y es aquí donde las reflexiones de Andrew Scott adquieren un valor casi filosófico. Nos invitan a repensar el envejecimiento no como una condena, sino como una oportunidad. Cultivar una visión positiva y proactiva de la longevidad, liberándola de la sombra de la decrepitud y el declive. Imaginar una sociedad en la que envejecer no signifique arrastrarse hasta el final, sino seguir creciendo, aprendiendo, aportando.
Nueva longevidad, un círculo virtuoso
Una sociedad como ésta no es una utopía inalcanzable. Es un protopía. Es un objetivo al alcance de la mano, si sabemos dirigir nuestros recursos e inteligencia en la dirección correcta. Porque la longevidad, nos recuerda Scott, tiene una ventaja: es un círculo virtuoso que se retroalimenta. Cuanto más vivimos con salud, más queremos vivir más. Cuanto más valor le damos a los años ganados, más estamos dispuestos a invertir para ganar más. Este es el resorte que puede desencadenar una espiral positiva de innovación y progreso. Una carrera ascendente entre el ingenio humano y los límites biológicos, donde lo que está en juego es nuestro futuro como especie.
La revolución de la longevidad nos sitúa en una encrucijada. Podemos sufrir pasivamente el envejecimiento, como una maldición ineludible. O podemos abrazarlo activamente, como un logro que debe ser valorado y dirigido. Podemos contentarnos con vivir más tiempo. O podemos comprometernos a vivir mejor hasta el final.
Andrew Scott no tiene dudas: es hora de tomar decididamente el segundo camino. Acelerar el camino hacia la longevidad 2.0, con todo el entusiasmo y la audacia que requiere. Hacer del envejecimiento una elección, no una condena. Una etapa de un camino aún largo y por escribir. Porque, después de todo, la última frontera no se trata sólo de prolongar la vida. Es ampliar los horizontes de significado y posibilidades, a cualquier edad. Es mover hacia adelante los límites de lo que consideramos humano, hasta hacerlos coincidir con los de nuestra imaginación. Se trata de hacer de la longevidad no sólo un regalo que hay que aceptar, sino una hazaña que hay que abrazar.
La mayor aventura que nos espera, en el tiempo ilimitado que tenemos ante nosotros.