Estrés, optimismo, diversión. Parecen palabras más adecuadas para describir la vida interior de un ser humano que la de un insecto. Sin embargo, gracias a los estudios de neuroética (la disciplina que investiga las bases neuronales del comportamiento y sus implicaciones morales) estamos descubriendo hasta qué punto las mentes de las abejas y las moscas son más ricas de lo que pensábamos.
abejas que ellos eligen jugar con canicas de madera, incluso en ausencia de recompensas. Moscas que alternan fases de sueño REM, como nosotros. Indicios de una conciencia mucho más antigua y extendida de lo que creíamos. Pero si insectos tan diferentes a nosotros pueden sufrir, alegrarse, tener preferencias… ¿qué obligaciones tenemos nosotros hacia ellos? La neuroética abre una nueva frontera de reflexión filosófica con enormes consecuencias prácticas.
Un mundo escondido en la cabeza de una mosca
Una mosca está inmovilizada en un pequeño bloque de metal enfriado a 2°C. Con manos firmes y la ayuda de un microscopio, el investigador Dinis Gökaydin Abre suavemente la parte posterior de la cabeza del insecto para insertar un pequeño electrodo. Estamos en el laboratorio del profesor. Bruno van Swinderen en la Universidad de Queensland, Australia, donde se estudian los secretos de la conciencia de la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster).
¿El propósito? Registre la actividad cerebral del insecto mientras reacciona a estímulos luminosos inesperados. Un experimento crucial para comprender cómo funciona la atención en las moscas y, potencialmente, arrojar luz sobre los orígenes evolutivos de la conciencia.
Van Swinderen y su equipo llevan más de una década investigando la atención, el sueño y la memoria en moscas de la fruta. Hace unos años, un descubrimiento sorprendente (Voy a vincular el estudio aquí): durante el sueño, El cerebro de estos insectos alterna entre fases activa y pasiva, al igual que el sueño REM y no REM en los humanos. Un paralelo inesperado que ha llevado a los investigadores a preguntarse si las moscas también pueden soñar.
Ésa no es la única pista de que la vida interior de los insectos es más rica de lo que pensábamos.
Utilizando electrodos en miniatura, los neurocientíficos registran la actividad cerebral de las moscas cuando se exponen a patrones de luz aleatorios. La idea es que estímulos inesperados produzcan un pico en la actividad neuronal, una señal de que se ha captado la atención del insecto. Un reflejo costoso en términos energéticos, que los animales reservan para eventos potencialmente importantes para la supervivencia.
Y es precisamente aquí donde surge un sorprendente paralelo con la conciencia humana. También para nosotros la atención consciente parece ligada a la capacidad de reaccionar con flexibilidad ante situaciones nuevas e inesperadas. Cuando actuamos automáticamente, guiados por el hábito, la conciencia pasa a un segundo plano. Pero cuando sucede algo inesperado, la experiencia subjetiva se vuelve más vívida, lista para guiar las respuestas adaptativas.
Por supuesto, no sabemos si las moscas realmente experimentan algo similar en nuestra conciencia. Sus diminutos cerebros son muy diferentes al nuestro, y la brecha evolutiva que nos separa es sideral. Pero los experimentos de van Swinderen y sus colegas sugieren que algunos “ingredientes básicos” de la vida consciente (como la alternancia del sueño y la vigilia, o la capacidad de respuesta ante lo inesperado) pueden ser mucho más antiguos y estar más extendidos de lo que pensábamos.
Una posibilidad que la neuroética nos invita a tomar en serio, con todas sus incómodas implicaciones éticas.
Si incluso criaturas aparentemente simples como las moscas pueden tener algún tipo de experiencia subjetiva, tal vez incluso la capacidad de sufrir, ¿cómo deberíamos repensar nuestra relación con ellas y con los innumerables invertebrados que pueblan el planeta?
Todavía no tenemos respuestas definitivas, pero los experimentos pioneros de van Swinderen y sus colegas nos recuerdan cuán vasto e inexplorado es el territorio de la conciencia animal. Y qué urgente es mapearlo con rigor científico y sensibilidad filosófica, si queremos construir una ética de vida a la altura de los desafíos de nuestro tiempo.
Neuroética de los insectos, el camino hacia la comprensión aún es largo
Muchos científicos y filósofos se muestran escépticos ante la posibilidad de que criaturas con cerebros tan diferentes al nuestro puedan tener una vida subjetiva digna de ese nombre.
Uno de ellos es el psicólogo evolutivo. nicolas humphrey, convencido de que una experiencia fenomenal (yo qualia, las sensaciones subjetivas de colores, sonidos, emociones) es un logro evolutivo reciente, exclusivo de mamíferos y aves. Una tesis que hunde sus raíces en sus estudios pioneros sobre la "visión ciega" de los años 70.
Al observar un mono al que se le extirpó la corteza visual, HelenHumphrey notó que el animal era capaz de interactuar con el entorno de manera sorprendentemente efectiva, a pesar de no parecer tener ninguna conciencia visual. Una disociación similar a la que se observa en los humanos con "visión ciega" tras un daño cerebral: una visión inconsciente, sin la sensación de ver.
Para Humphrey, esto sugiere que la percepción y la sensación consciente son funciones separadas, y que esta última es mucho más reciente desde un punto de vista evolutivo. Una interpretación que le lleva a ver el complejo comportamiento de los insectos como resultado de una "conciencia robótica", desprovista de verdaderos sentimientos y sensaciones.
Un debate abierto, que la neuroética deberá afrontar con rigor teórico y experimental.
¿Cómo podemos excluir que la "flexibilidad de comportamiento" de los insectos derive "sólo" de automatismos, aunque sean complejos? ¿Cómo podemos demostrar que detrás de esto hay una chispa de experiencia subjetiva, por muy diferente que sea de la nuestra?
Por el momento, tal vez no podamos. La conocimiento sigue siendo uno de los grandes misterios sin resolver de la ciencia y la filosofía, y el estudio de mentes tan diferentes a la nuestra (incluidas los artificiales) apenas comienza. Pero el desafío de la neuroética es precisamente este: nos empujan a explorar los límites de lo posible, a imaginar formas radicalmente "otras" de subjetividad, a cuestionarnos sobre las implicaciones éticas de esta alteridad.
Hacia una ética de la duda
“Mientras exista una posibilidad no trivial de que un ser sea consciente, deberíamos darle alguna consideración moral”, repite el filósofo jeff sebo, de la Universidad de Nueva York. Un principio que suena revolucionario, casi subversivo. Estamos acostumbrados a ver a los insectos como mecanismos carentes de interioridad, como "criaturas extrañas" cuyos intereses (si los tienen) cuentan poco o nada comparados con los nuestros.
Pero ¿y si existiera incluso una pequeña posibilidad de que las cosas no fueran así? ¿Que detrás de esos ojos de mosaico y esos diminutos ganglios nerviosos se esconde un destello de experiencia, de bienestar, tal vez de sufrimiento? Entonces nuestra explotación indiscriminada de estas criaturas (desde la investigación científica hasta la reproducción masiva y el uso de pesticidas que exterminan a billones de ellas cada año) adquiere un significado completamente diferente.
Se trata de un cambio de paradigma que la neuroética nos invita a considerar, un “pensamiento de lo impensable” que sacude creencias muy arraigadas sobre la presunta excepcionalidad del ser humano y de los pocos animales más parecidos a nosotros. Un pensamiento incómodo, que si se toma en serio tendría inmensas consecuencias en nuestros hábitos y en nuestra relación con la biosfera.
Ésta es precisamente la tarea de una filosofía a la altura de los desafíos de nuestro tiempo: empujarnos a territorios inexplorados, sacudir nuestras certezas, imaginar nuevas posibilidades éticas.
Ciertamente, insectos como las abejas y las moscas nunca dejarán de parecer extraños, distantes, casi indescifrables. La "brecha de empatía" que nos separa de ellos sigue siendo sideral. Pero la investigación neuroética está empezando a tender un puente sobre este abismo, a sugerir continuidades inesperadas del fenómeno de la conciencia en todos los seres vivos.
Una continuidad que debe explorarse con rigor, sin proyectar apresuradamente nuestra experiencia en criaturas tan diferentes. Pero también sin cerrar las puertas prematuramente, atrincherándonos en el supuesto de que la "verdadera" vida interior es un privilegio exclusivo de unos pocos elegidos. Ante la inmensidad de nuestra ignorancia en materia de conciencia, quizás el único enfoque ético sea un principio de precaución, un "dar el beneficio de la duda" a las innumerables mentes extrañas con las que convivimos en el planeta.
Por supuesto, aceptar esta duda resulta incómodo, porque pone en tela de juicio prácticas profundamente arraigadas en nuestra forma de ver y tratar a los "animales inferiores". Prácticas a menudo brutales y devastadoras, en una escala que desafía la imaginación: basta pensar a Más de 70 mil millones de animales terrestres sacrificados cada año., o las estimaciones según las cuales actividades humanas para 2100 Podría provocar la extinción del 50% de todos los insectos.
Pero es precisamente aquí donde la reflexión neuroética se vuelve más urgente y necesaria.
La abismal responsabilidad que podría derivarse de reconocer la sombra de una conciencia en criaturas tan diferentes, y hasta ahora explotadas, podría obligarnos a repensar radicalmente nuestra manera de habitar la biosfera, de interactuar con las innumerables formas de vida que la pueblan.
No tenemos evidencia definitiva de que las abejas y las moscas, u otros invertebrados, sean conscientes. Tal vez nunca los tengamos, dado el desafío de sondear mentes tan extrañas. Pero cada vez tenemos más pruebas de que su vida interior es mucho más rica y compleja de lo que pensábamos. Y tenemos, sobre todo, el deber moral de tomar en serio la posibilidad de que criaturas incluso muy diferentes a nosotros tengan un bienestar que proteger, tal vez una subjetividad que respetar.
Será un proceso largo, difícil, lleno de incógnitas y resistencias. Un proceso que requerirá un enorme esfuerzo de imaginación ética e innovación práctica. Pero es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo, si queremos construir una relación más armoniosa y sostenible con la biosfera de la que dependemos. Y la neuroética, en su entrelazamiento de ciencia empírica y pensamiento moral, es quizás la mejor brújula que tenemos para orientarnos en este fascinante e inquietante territorio fronterizo.