Tabaquismo, obesidad, alcoholismo: estos son los primeros factores de riesgo que nos vienen a la mente cuando pensamos en amenazas para la salud, especialmente en las personas mayores. Pero un nuevo estudio realizado por el Instituto Regenstrief y la Facultad de Medicina de la Universidad de Indiana sugiere que existe un peligro aún más insidioso, a menudo invisible pero no menos devastador: la soledad.
Los hallazgos de la investigación, que analizó datos recopilados durante la emergencia de la COVID-19, son alarmantes y plantean la necesidad de considerar el aislamiento social como un grave problema de salud pública.
La soledad, este asesino.
Sí, entendiste correctamente. La soledad, esa sensación de vacío y abandono que se apodera del alma, sería más letal que los cigarrillos, las grasas y el alcohol combinados. El estudio publicado en el Journal of the American Geriatric Society (lo enlazo aqui) estaba claro. Más del 50% de las personas mayores de 65 años se sienten solas, y esta condición tiene efectos catastróficos en su salud, tanto física como mental.
Es como si la soledad fuera un asesino silencioso, un asesino que se cuela en las vidas de las personas mayores y las consume lentamente, día tras día. Un enemigo sutil, que no deja huellas evidentes pero que corroe el organismo y la psique con la misma eficacia que un veneno.
El “estresor biofísico” que nos devora por dentro
Los investigadores llaman a la soledad un "factor estresante biofísico". Un término técnico para describir el sufrimiento profundamente humano. Porque la soledad no es sólo una emoción pasajera, un momento de melancolía. Es una condición existencial que afecta la carne y el espíritu, que desgasta las defensas inmunes y las ganas de vivir.
Los datos son claros: entre las personas mayores que sufren de soledad, los resultados de salud son dramáticamente peores, independientemente de factores demográficos o patológicos. Es como si el aislamiento social fuera un multiplicador del malestar, un acelerador del deterioro psicofísico.
La pandemia ha mostrado la realidad
La COVID-19 ha empeorado la situación, obligando a muchas personas mayores a un aislamiento forzoso y prolongado. Pero sería reduccionista echarle toda la culpa al coronavirus. En realidad, la soledad ya era una epidemia antes de 2020, una plaga silenciosa que afligía a un número creciente de personas en la vejez.
Como explica el investigador Monica Williams-Farrelly, “La soledad puede parecer fácil de detectar, pero puede ser compleja de identificar y abordar. Comenzó a convertirse en un problema antes del COVID-19 y luego se agravó”.
El llamamiento de los investigadores: tratemos la soledad como una enfermedad
Ante esta emergencia, los autores del estudio lanzan un sentido llamamiento: es hora de considerar la soledad como un grave factor de riesgo para la salud, al igual que el tabaquismo, la obesidad y el alcoholismo. Es momento de investigar, medir, ofrecer soluciones. Antes de que sea demasiado tarde.
Según la literatura y la investigación, la soledad tiene influencias bastante significativas y fuertes en la salud. De la misma manera que preguntamos a las personas mayores: '¿Fumas? ¿Mides el azúcar en sangre? Deberíamos informarnos sobre la soledad, medirla y ofrecer soluciones.
Monica Williams-Farrelly, Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana
Seamos claros, luchar contra la soledad no es sólo tarea de los médicos o los servicios sociales. Es un desafío que nos involucra a cada uno de nosotros, como individuos y como sociedad. El antídoto contra el aislamiento está hecho de pequeños gestos cotidianos: una llamada telefónica, una visita, una sonrisa. No es sólo su salud lo que está en juego. Está nuestra humanidad, nuestra capacidad de cuidarnos unos a otros.
Y éste, quizás, sea el mayor desafío de todos.