¿Alguna vez has mirado una fotografía de la Luna y has pensado en lo absurdo que es que sepamos más sobre un satélite a 384.000 kilómetros de distancia que sobre lo que se encuentra bajo nuestros pies? No es una provocación: un estudio publicado hace unos días en Science Advances reveló un hecho que nos da mucho que pensar. En 67 años de exploración submarina, la humanidad ha observado visualmente sólo el 0,001% del fondo del océano.
Un área aproximadamente del tamaño de Rhode Island, el estado más pequeño de EE. UU. El fondo del océano representan el 66% de la superficie de la Tierra, pero nuestro conocimiento directo de este mundo submarino es prácticamente inexistente.
El mapa (incompleto) de las profundidades
La situación es paradójica, si lo pensamos bien. Disponemos de mapas detallados de la superficie de MarteHemos fotografiado la Luna en cada cráter, pero cuando se trata de explorar lo que cubre dos tercios de nuestro planeta, estamos a tientas en la oscuridad. Literalmente. Según datos recopilados por la Ocean Discovery League, la superficie total del fondo oceánico observada directamente por el ser humano es aproximadamente una décima parte del tamaño de Bélgica. Una porción ridícula comparada con la inmensidad de los océanos.
No me malinterpreten: hay mapas del fondo marino creados con tecnologías como el sonar, pero la observación directa, la que nos permite ver realmente lo que hay ahí abajo, es muy limitado. El mapeo a través de ondas sonoras nos da una visión general de la morfología, pero es como decir que conoces un bosque mirándolo desde arriba sin bajar nunca a ver qué plantas o animales lo habitan.
Los fondos oceánicos, las cifras de una ignorancia abismal
Cuando hablamos de telones de fondo oceánicoHablamos de todo lo que se encuentra por debajo de los 200 metros de profundidad, donde la luz del sol empieza a desaparecer rápidamente y las aguas se vuelven frías y oscuras. Esta zona representa, como ya hemos dicho, dos tercios de nuestro planeta.
Lo más preocupante es la perspectiva temporal: según los cálculos de los investigadores, incluso si incrementáramos drásticamente nuestros esfuerzos de exploración, desplegando 1.000 plataformas de exploración en todo el mundo, Todavía se necesitarían alrededor de 100.000 años para explorar visualmente todo el fondo del océano. Un tiempo absurdo que nos hace comprender lo atrasados que estamos en esta exploración.

La cuestión de los recursos
La ignorancia sobre el fondo del océano no es sólo una curiosidad científica insatisfecha. Tiene enormes implicaciones. El fondo marino esconde recursos minerales de inestimable valor: nódulos polimetálicos ricos en hierro, cobre, níquel, cobalto e manganeso; costras de cobalto en las montañas submarinas; respiraderos hidrotermales con sulfuros polimetálicos y mucho más. Recursos que podrían ser claves para las tecnologías futuras.
Pero ¿cómo podemos pensar en explotar estos recursos (quizás volcando completamente los delicados ecosistemas de esas áreas) cuando sabemos tan poco sobre los entornos en los que se encuentran? Sería como entrar en una habitación desconocida con los ojos vendados y empezar a recoger objetos al azar.
“¿Cómo podemos gestionar y proteger aquello que no comprendemos plenamente?”
Esta pregunta de la Ocean Discovery League resume el problema perfectamente.
El sesgo geográfico de la exploración
Además de la escasez de observaciones, también existe un problema de representatividad. La mayor parte de la exploración submarina se ha concentrado en las aguas territoriales de unos pocos países ricos. Según el estudio, El 97% de todas las inmersiones desde 1958 se han realizado en solo cinco países: Estados Unidos, Japón, Nueva Zelanda y Francia. e Alemania.
Esta concentración geográfica significa que nuestro conocimiento, ya de por sí limitado, también está gravemente desequilibrado. Imagínese conocer sólo unas pocas calles de una gran ciudad y tratar de describir todo su tejido urbano. Eso es exactamente lo que estamos haciendo con los océanos.
Los fondos oceánicos, una cuestión de prioridades
¿Por qué esta disparidad entre la exploración espacial y oceánica? La respuesta es compleja e involucra factores económicos, tecnológicos e incluso psicológicos. Las misiones espaciales captan la imaginación colectiva con mayor eficacia que la exploración de aguas profundas. Además, explorar el espacio, aunque difícil, presenta menos desafíos inmediatos que los océanos profundos, donde las presiones extremas requieren tecnologías muy específicas.
Para 2025, solo habrá unos diez sumergibles certificados para viajes en aguas profundas, mientras que vemos miles de lanzamientos espaciales cada año.
El hecho es que el océano no espera. A medida que analizamos su exploración, continúa cambiando, influenciado por el calentamiento global, la acidificación y la explotación humana. Y seguimos tomando decisiones al respecto basándonos en conocimientos fragmentarios e inadecuados.
La pregunta que deberíamos hacernos no es “¿por qué explorar más?” Pero “¿cómo podemos permitirnos no hacerlo?”