Piensa en tus amigos más discretos, aquellos que se dan cuenta de todo sin decir palabra alguna. Ahora imaginemos que estos amigos son árboles centenarios, con raíces profundas y una memoria casi infalible. Los anillos de los árboles se están convirtiendo en los "confidentes" más fiables para los científicos que investigan la contaminación por mercurio en Amazonas.
No cuentan tus secretos, pero sí los secretos de los mineros ilegales. Esta capacidad de actuar como “informantes” no es resultado de algún superpoder vegetal, sino de una característica biológica que permite a la madera almacenar trazas de mercurio atmosférico. Un equipo internacional de investigadores ha descubierto que algunas especies, en particular la Ficus insípida, pueden actuar como testigos silenciosos de las actividades de extracción de oro en la selva amazónica.
Detectives silenciosos en el corazón del bosque
El doctor Jacqueline Gerson, profesor asistente en la Universidad de Cornell, dirigió un estudio (lo enlazo aqui) que transforma a los árboles en auténticos detectives medioambientales. Estos sensores naturales mostraron concentraciones de mercurio significativamente más altas en sitios cercanos a actividades mineras. No es coincidencia que después del año 2000, cuando la minería de oro se expandió en la región, los niveles de mercurio registrados en muestras de madera aumentaran repentinamente.
Me sorprende la sencillez y la eficacia casi elegante de esta investigación: los anillos de los árboles, testigos inmóviles del tiempo, se convierten en archivos vivos de la contaminación. No protestan, no huyen, Simplemente absorben y registran, año tras año, los efectos de nuestra codicia.
A diferencia de nosotros, los anillos de los árboles no mienten y no son corruptibles: esto podría representar un serio problema para quienes operan ilegalmente.
La fiebre del oro y el precio invisible
Durante cientos de años la Amazonia ha sido explotada por su oro. Hoy en día las partículas que quedan son diminutas, difíciles de detectar, pero no por ello menos codiciadas. La minería a menudo se realiza mediante operaciones artesanales de pequeña escala, un proceso aparentemente inocuo que esconde un lado oscuro.
De hecho, los mineros añaden mercurio al suelo que contiene partículas de oro. El mercurio se une a las partículas creando amalgamas con un punto de fusión más bajo. Para extraer oro, Estas amalgamas se queman, liberando mercurio gaseoso a la atmósfera. Un procedimiento primitivo pero terriblemente efectivo, que deja tras de sí un rastro de veneno invisible.
Ficus insipida se puede utilizar como una herramienta económica y poderosa para examinar las tendencias espaciales amplias en las emisiones de mercurio en los Neotrópicos.
Una red de vigilancia biológica que abarca amplias zonas geográficas, especialmente útil en el contexto del Convenio de Minamata sobre el Mercurio, el tratado internacional que pretende reducir las emisiones de este elemento tóxico.
Anillos de los árboles, el límite que se convierte en fuerza
El estudio tiene algunas limitaciones: se desconoce la distancia exacta a los pueblos mineros debido a la naturaleza ilegal de estas operaciones. Pero es precisamente esta incertidumbre la que hace que el método sea aún más valioso.
En un contexto donde la ilegalidad dificulta cualquier monitoreo oficial, los árboles se convierten en colaboradores involuntarios: no piden permiso, no necesitan una orden judicial para acceder a los sitios: ya están allí, lo han presenciado todo.
Me gusta pensar en estos anillos de los árboles como grabadoras indestructibles que capturan silenciosamente la huella de nuestras acciones más imprudentes. Si pudiéramos descifrar más de los secretos contenidos en su madera, ¿qué otras historias podrían contarnos?
Mientras los mineros de oro continúan su búsqueda de tesoros, sin saber que cada una de sus acciones queda registrada en los archivos vivientes del bosque, la ciencia encuentra aliados inesperados en la batalla por la conservación del medio ambiente. Y en este extraño juego de espías ecológicos, son los seres más silenciosos e inmóviles los que resultan ser los testigos más elocuentes.