Cuando en 2021 El Salvador anunciado que adoptaría Bitcoin como moneda de curso legal, el mundo contuvo la respiración. Parecía el comienzo de una nueva era, la victoria de las finanzas descentralizadas sobre las finanzas tradicionales. Cuatro años después, ese sueño parece más bien un espejismo costoso.
Los números hablan claramente: Sólo una minoría de salvadoreños ha utilizado bitcoin, mientras el Estado ha quemado millones en un proyecto utópico. Hoy, con el acuerdo alcanzado con el FMI, El Salvador debe revisar drásticamente sus ambiciones criptográficas.
El sueño roto de Bitcoin
El caso de El Salvador se ha convertido en un claro ejemplo de cómo innovación tecnológicaSi se gestiona mal, podría convertirse en un bumerán económico. Cuando el presidente Nayib Bukele anunció la adopción de Bitcoin, muchos pensaron que era una decisión brillante. La idea era simple: democratizar el acceso a los servicios financieros y reducir el costo de las remesas, que representan casi una cuarta parte del PIB del país.
El contexto real, sin embargo, era muy diferente. La mayoría de los salvadoreños todavía prefieren el efectivo y las tarjetas de pago, y la digitalización sigue siendo un concepto abstracto para muchas personas.
El experimento mostró lo difícil que es superar las barreras culturales y de infraestructura. A pesar de las inversiones millonarias, Bitcoin nunca se ha convertido en una herramienta cotidiana para los ciudadanos. Ya según una primera encuesta en 2022, Sólo el 20% de las empresas aceptaban criptomonedas y apenas el 5% de los impuestos se pagaban en bitcoin. Estas cifras han disminuido aún más en los últimos meses.
El Salvador, el precio de la utopía
Si hay una lección que podemos aprender de la experiencia de El Salvador es que la innovación no puede separarse de la realidad social y económica. El gobierno gastó alrededor de 375 millones de dólares Para implementar el sistema Chivo, una billetera digital impulsada por el Estado, además de instalar cajeros automáticos y financiar transacciones gratuitas. Costos que superaron con creces los beneficios de invertir en Bitcoin.
Pero, como mínimo, hay un aspecto positivo: la admisión de los errores. Con el acuerdo alcanzado con el FMI, El Salvador finalmente ha decidido dejar de lado la utopía criptográfica. Los impuestos ya no se pueden pagar en bitcoin y el uso de la criptomoneda en el sector privado se ha vuelto voluntario. Una elección pragmática, dictada por la necesidad de estabilizar la economía y garantizar un futuro mejor para los ciudadanos.
¿Un nuevo comienzo?
Ahora que el capítulo de Bitcoin está cerrado, es momento de reflexionar sobre el futuro de El Salvador. El país ha demostrado que puede cambiar de rumbo cuando es necesario, pero aún está por ver si esta lección servirá para orientar decisiones más cuidadosas en el futuro.
Abandonar bitcoin no significa renunciar a la innovación, sino aprender a integrarla de forma más equilibrada. Quizás esta experiencia sirva de advertencia a otros gobiernos que ven en las criptomonedas una solución mágica a problemas complejos.
En última instancia, si el verdadero desafío no es tecnológico sino humano, al admitir su error El Salvador ha demostrado que aún tiene mucho que enseñar al mundo.