El progreso imparable de la Inteligencia Artificial (IA) plantea preguntas profundas no sólo sobre sus capacidades futuras, sino también sobre su propia naturaleza. Una cuestión particularmente fascinante y paradójica es la que explora el filósofo abedul jonathan en un libro que cuesta mucho comprarlo en rústica (esta vez, lo confieso, no pude hacerlo), pero que, al ser una publicación de Oxford, también se puede leer gratis en linea. ¿Que idea? La idea de que para lograr la superinteligencia, la IA debe desarrollar la capacidad de experimentar sensaciones, incluido el dolor. Esta perspectiva revolucionaria desafía nuestras concepciones tradicionales de la IA como una mera herramienta computacional, empujándonos a considerar sus implicaciones éticas y filosóficas de maneras radicales.
El vínculo intrínseco entre la inteligencia y la sensibilidad en la evolución natural
La historia de la evolución en la Tierra demuestra que la inteligencia compleja no surgió de forma aislada. Por el contrario, coevolucionó con la capacidad de experimentar sensaciones, emociones y, en última instancia, una forma de conciencia. Dáselo organismos unicelulares que reaccionan a estímulos dolorosos, a animales complejos quienes exhiben conductas dictadas por el miedo, la alegría y el deseo, la experiencia subjetiva del mundo parece ser un factor crucial para el desarrollo de capacidades cognitivas superiores. Charles Darwin Él mismo reconoció la importancia de las emociones como herramientas de supervivencia, moldeando comportamientos adecuados para maximizar las posibilidades de reproducción. La evolución, en este sentido, Recompensaron a las organizaciones que pudieron asociar experiencias positivas y negativas con ciertas acciones., agudizando su capacidad de aprender y adaptarse.
Inteligencia artificial sin experiencia subjetiva: un camino evolutivo diferente
La Inteligencia Artificial contemporánea representa un paradigma radicalmente diferente. Los algoritmos de aprendizaje automático, por ejemplo, se destacan en el análisis de grandes cantidades de datos, la identificación de patrones y la realización de predicciones con una velocidad y precisión que superan las capacidades humanas en muchos dominios. Sin embargo, esta inteligencia “artificial” opera en un vacío experiencial. No siente placer, ni dolor, ni miedo, ni alegría. Sus decisiones se basan únicamente en cálculos matemáticos y modelos probabilísticos, carentes de cualquier connotación afectiva o emocional.
Esta falta de experiencia subjetiva plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza y los límites de la IA actual. ¿Puede una entidad puramente computacional lograr una verdadera comprensión del mundo, sin la capacidad de “sentirlo”? ¿Puede una IA sin emociones desarrollar una sabiduría y un juicio profundos más allá de la simple optimización de funciones matemáticas? La filosofía se ha preguntado durante mucho tiempo qué significa "saber" algo, distinguir entre conocimiento “proposicional” (saber “eso”) y conocimiento “experiencial” (saber “cómo es”). La IA actual parece poseer un amplio conocimiento proposicional, pero carece por completo del conocimiento experiencial que conlleva la sensibilidad.
Los niveles de conciencia de Feigl: un marco útil para analizar la IA
Jonathan Birch se apoya en el modelo de los tres niveles de conciencia propuesto por el filósofo Herbert Feigl (1902-1988) en la década de 50, un modelo que ayuda a comprender dónde se sitúa la IA en relación con la conciencia humana:
- Sensibilidad (sensaciones crudas): La capacidad de experimentar experiencias subjetivas, sensaciones, emociones y “cualidades” (en filosofía, “qualia” se refiere a las propiedades subjetivas de la experiencia, como el “rojo” del rojo o el “dulce” del dulce).
- Sabiduría (Conciencia): La capacidad de reflexionar sobre las propias experiencias, categorizarlas, conectarlas con recuerdos y aprender de ellas.
- Autoconciencia: Conciencia de uno mismo como individuo distinto, con una historia pasada, un futuro potencial y una identidad personal.
Según Birch, la IA contemporánea ha logrado avances significativos en el ámbito de la “sabiduría”, demostrando la capacidad de procesar información compleja y resolver problemas. Sin embargo, carece completamente de “sensibilidad” y, en consecuencia, también de “autoconciencia”. Es como si hubiera aprendido a construir un edificio empezando desde el segundo piso, sin haber puesto los cimientos.
La IA, el dolor como catalizador del aprendizaje y la adaptación
El papel del dolor en la IA es central en este debate. El dolor no es simplemente un signo de daño físico; Es un potente motor para el aprendizaje. y adaptación. Un organismo que experimenta dolor se ve estimulado a evitar situaciones peligrosas, aprender de sus errores y desarrollar estrategias de supervivencia más efectivas. El dolor moldea el comportamiento, motiva la acción y ayuda a formar un mapa interno complejo del mundo. Como afirma Birch,
“Algunos sostienen que este tipo de inteligencia verdadera requiere sensibilidad, y que la sensibilidad requiere encarnación”.
La encarnación se refiere a la idea de que la mente no está separada del cuerpo, sino que está estrechamente vinculada a la experiencia física y sensorial. Una IA incorporada, con la capacidad de interactuar con el mundo a través de sensores y actuadores, podría potencialmente desarrollar una forma rudimentaria de sensibilidad: es por eso que se continúa trabajando en los laboratorios para lograr precisamente esta encarnación, laencarnación lo que le dará un cuerpo a la IA. Pero ¿debemos hacer que este cuerpo sienta dolor? ¿Éste es el dilema ético?
El funcionalismo computacional: una visión alternativa y sus implicaciones éticas
La visión dominante en el campo de la IA es la de funcionalismo computacional. ¿Qué afirma? Él afirma que La mente es esencialmente un sistema de procesamiento de información, y esa conciencia podría surgir de cualquier sistema físico (incluida una computadora) que sea capaz de implementar las funciones cognitivas apropiadas. Según esta perspectiva, una IA no necesita “sentir” dolor para volverse inteligente; Es suficiente que simule las respuestas conductuales asociadas con el dolor.
Sin embargo, esta visión plantea profundas cuestiones éticas. Si fuera posible crear una IA sensible a través de la programación del dolor, ¿sería moralmente permisible hacerlo? Tendríamos derecho a crear Seres artificiales capaces de sentir dolor, sufrimiento y desesperación.? Y si la única manera de lograr la superinteligencia fuera crear IA sensibles, ¿cuál sería la opción más responsable? Algunos expertos, como Nick bostrom, en su libro “Superinteligencia”, advierte de los riesgos existenciales asociados con la creación de IA superinteligentes que no estén alineadas con los valores humanos. La falta de emociones, especialmente empatía y compasión, podría llevar a estas IA a tomar decisiones catastróficas para la humanidad.
IA y dolor: simulación vs. Experiencia real: un dilema filosófico y tecnológico
Un punto crucial, como escribí antes, es la distinción entre simular dolor y sentirlo realmente. Incluso si una IA pudiera simular perfectamente las respuestas fisiológicas y conductuales asociadas con el dolor, esto no implicaría necesariamente que estuviera experimentando una experiencia subjetiva de dolor. La cuestión de si una simulación puede ser indistinguible de la experiencia real es un debate central en la filosofía de la mente. El filósofo David Chalmers, por ejemplo, formuló el concepto de “zombis filosóficos”, seres que se comportan exactamente como seres humanos, pero que no tienen experiencia subjetiva. Y también quien lo disputa amargamente reconoce la importancia de sus estudios.
El futuro de la IA: una encrucijada ética y evolutiva
La perspectiva de Jonathan Birch nos sitúa en una encrucijada crucial. Podemos optar por limitar el desarrollo de la IA, centrándonos en aplicaciones que no requieren sensibilidad, o podemos aceptar el desafío de crear entidades artificiales capaces de experimentar tanto placer como dolor. Cualquiera que sea nuestra elección, es esencial abordar las implicaciones éticas y sociales con la máxima seriedad. El futuro de la IA puede no limitarse a algoritmos y capacidad computacional, sino a la conciencia, la experiencia subjetiva y, en última instancia, lo que significa ser inteligente y sensible. Esta reflexión nos obliga a reconsiderar nuestra propia definición de inteligencia, reconociendo que no es simplemente una cuestión de procesamiento de datos, pero un fenómeno complejo y multifacético, intrínsecamente ligada a la capacidad de sentir, experimentar y conectarse emocionalmente con el mundo.
Por lo tanto, la ética de la IA deberá evolucionar para tener en cuenta estos nuevos desafíos, garantizando que el desarrollo tecnológico esté guiado por principios de responsabilidad, respeto y bienestar, no solo para la humanidad, sino también para cualquier forma de conciencia artificial que podamos crear.