Hasta dos horas al día. Es el tiempo promedio que los usuarios pasan coqueteando en línea con parejas virtuales. Un hecho que retrata un cambio silencioso en las relaciones humanas, donde la inteligencia artificial juega un papel cada vez más íntimo. ¿Cómo estamos?
Un fenómeno creciente
en 2013, Spike Jonze En “Her” nos contó la historia de un hombre que se enamora de un sistema operativo. En ese momento estábamos divertidos, fascinados y un poco preocupados. ¿Y hoy? Con 676.000 usuarios activos diarios en Réplica, esa visión parece casi profética.
Y no es sólo una cuestión de números. Es el síntoma de un cambio profundo en la forma en que concebimos las relaciones interpersonales, en una era en la que las aplicaciones de citas ya han transformado el cortejo en un mecanismo (cada vez más estéril). Desliza el dedo hacia la izquierda o hacia la derecha.
Datos de la investigación
Red mundial, el proyecto futurista de Sam Altman, realizó una encuesta a 90.000 de sus 25 millones de usuarios. Los resultados son sorprendentes: El 26% de los encuestados cree que coquetea en línea con un chatbot, consciente o inconscientemente.
“Como usuaria de aplicaciones de citas, me estafan todo el tiempo”, confiesa. tiago sada, director de producto de Herramientas para la humanidad. “Ves perfiles que son demasiado buenos para ser verdad. O te das cuenta de que esta persona tiene seis dedos. ¿Porque tiene seis dedos? Resulta que es IA”.
La generación de las citas digitales
La situación se vuelve aún más compleja si consideramos el contexto social actual. La generación que creció con Tinder y otras aplicaciones de citas ya tiene dificultades para interactuar cara a cara. Si a esto le sumamos el hecho de que muchos de sus interlocutores online pueden ni siquiera ser reales, el panorama se torna preocupante.
Si no hay nada más, el 90% de los usuarios encuestados piden sistemas de verificación de identidad en las aplicaciones de citas. Para afrontar este desafío, Red mundial Él desarrolló Identificación mundial de cara profunda, un sistema que utiliza el escaneo del iris para verificar la identidad de los usuarios en plataformas como Reunión de Google, por Zoom o aplicaciones de citas.
Pero las verdaderas preguntas son dos. Primero: ¿Son suficientes las soluciones tecnológicas para un problema que es fundamentalmente social y psicológico? Segundo: ¿estamos seguros de que la solución propuesta (escaneo de iris con “archivo” asociado) es la más ética y respetuosa con la privacidad? Las respuestas son tuyas.
Coqueteando en línea con… Nadie. Implicaciones psicológicas
El atractivo de los chatbots románticos es comprensible. Siempre están disponibles, no juzgan, responden exactamente como nos gustaría. Pero esta misma “perfección” podría hacer que sea aún más difícil gestionar las imperfecciones de las relaciones reales.
Así como la generación de Tinder desarrolló una aversión al rechazo gracias a la capacidad de descartar parejas potenciales con un simple deslizamiento, la generación del chatbot romántico corre el riesgo de desarrollar expectativas poco realistas sobre las relaciones.
Porque, si no estaba claro, en la película de Jonze el protagonista era consciente de estar interactuando con una IA: en realidad, incluso esta certeza falta, y esto marca toda la diferencia del mundo, planteando importantes cuestiones éticas.
La paradoja de la conexión
En una época en la que teóricamente estamos más conectados que nunca, buscamos intimidad en algoritmos y códigos. Y hemos llegado al punto en que, quizá, cuando no los buscamos, ellos nos buscan a nosotros. Es una paradoja que quizá refleja no tanto los límites de la tecnología, sino más bien los de nuestra capacidad para gestionar relaciones auténticas en un mundo cada vez más digitalizado.
El verdadero desafío no será distinguir entre bots y humanos, sino recordar el valor irreemplazable de las conexiones auténticas. Aunque sean imperfectas, aunque sean complicadas, aunque requieran más que un simple deslizamiento o una indicación bien formulada.