Cuando mi abuelo Raffaele era niño, subir al ascensor era una aventura. No por la vertiginosa subida, sino por la presencia tranquilizadora del ascensorista. Con su uniforme impecable y gestos precisos, era el garante de nuestra seguridad en aquella cabaña suspendida entre pisos. En Italia, los ascensoristas eran habituales en edificios residenciales y comerciales, especialmente en grandes centros urbanos como Roma, Milán y Nápoles. Su presencia era necesaria para garantizar el funcionamiento de los ascensores, que en aquel momento aún no estaban automatizados.
Hoy, mientras presiono distraídamente los botones del ascensor automático, me pregunto: ¿cómo hemos superado el miedo a depender de una máquina no tripulada? Hay una reflexión interesante di Davide Casaleggio su LinkedIn quien plantea la pregunta en términos secos pero efectivos: el ascensor, dice, después de todo Fue el primer vehículo autónomo con el que nos probamos.
Por eso la desaparición de los ascensoristas no es sólo la historia de una profesión extinta, sino la historia de cómo hemos aprendido a confiar en la tecnología. Desde la manivela de hombre muerto hasta los sistemas computarizados, el viaje de los ascensores es también el viaje de nuestra sociedad hacia la aceptación de la automatización. En vísperas de la era de los coches sin conductor, ¿qué lecciones podemos extraer de este cambio "traumático" del pasado?
La era dorada de los ascensoristas
Los operadores de ascensores dominaron la escena urbana durante una parte notable del siglo XX. Su profesión nació con la llegada de los ascensores eléctricos. a principios de 900, cuando cada cabina requería un operador dedicado. No eran simples "conductores verticales", sino auténticos embajadores de los edificios en los que trabajaban.
Me fascina pensar en cómo esta figura profesional era central en la vida cotidiana de las personas. Los operadores de ascensores no simplemente controlaban la velocidad y la dirección de la cabina, sino que también anunciaban los pisos, abrían y cerraban puertas manualmente y, a menudo, servían como guías turísticos improvisados para los visitantes. Eran los custodios de un mundo vertical en rápida expansión.
Su presencia estaba tan arraigada en la sociedad que muchos ni siquiera podían imaginar un ascensor sin su operador. Era una cuestión de seguridad, por supuesto, pero también de comodidad y estatus social. Los ascensoristas eran los ojos y oídos de los edificios, conocían a todos los inquilinos y sus horarios y, a menudo, también desempeñaban funciones de seguridad y vigilancia.
La formación y el papel social de los ascensoristas
No todo el mundo sabe que convertirse en operador de ascensor requiere una formación específica. En muchos casos, los propietarios de edificios o las empresas de ascensores ofrecieron cursos de formación para sus operadores. Estos cursos no solo cubrieron los aspectos técnicos del trabajo, sino también las habilidades sociales necesarias para interactuar con el público.
En algunos casos, sobre todo en EE.UU. y especialmente para los ascensoristas que trabajaban en hoteles de lujo o edificios prestigiosos, también se exigía la asistencia a una "escuela de encanto". Aquí aprendieron etiqueta, cómo manejar situaciones delicadas y cómo brindar un servicio impecable a los clientes más exigentes.
Este aspecto de la profesión también nos recuerda la importancia del papel social de los ascensoristas, que contribuyeron significativamente a la atmósfera y la reputación de lugares importantes.
La huelga que lo cambió todo
El punto de inflexión, quizás a nivel mundial, para el sector del ascensor fue la huelga de 1945 en Nueva York. Durante toda una semana, aproximadamente 15.000 ascensoristas, porteros y trabajadores de mantenimiento se cruzaron de brazos, paralizando literalmente la ciudad.
Incluso se detuvo la entrega de correo y el gobierno federal de Estados Unidos perdió alrededor de 8 millones de dólares al día en ingresos fiscales.
Este hecho puso de manifiesto la dependencia que tenía la empresa de esta figura profesional. Al mismo tiempo, sin embargo, muchos se preguntaron si había llegado el momento de encontrar una alternativa automatizada.
La huelga tuvo un impacto enorme: se estima que causó una pérdida económica de alrededor de 100 millones de dólares para la ciudad en ese momento, con más de un millón de trabajadores obligados a quedarse en casa o protestar en las calles en solidaridad. Fue tan grave que el gobernador Tomas Dewey Tuvo que intervenir personalmente para resolver la situación. No sé ustedes, pero a mí me resonó con las huelgas de taxistas modernos.
El impacto de la huelga, entonces, fue mucho más allá de las pérdidas económicas inmediatas. Fue un momento de profunda reflexión para la sociedad estadounidense, que de repente se vio obligada a afrontar su dependencia de una única categoría profesional. Esta comprensión aceleró los esfuerzos para desarrollar e implementar ascensores automáticos, iniciando una transición que cambiaría para siempre la faz de nuestras ciudades.
La transición a la automatización
La transición a los ascensores automáticos no fue inmediata. Es comprensible que la gente se mostrara cautelosa: La idea de subirse a una caja metálica suspendida sin un operador humano parecía peligrosa.
La introducción de medidas de seguridad como el teléfono de emergencia y el botón de parada ayudaron a ganarse la confianza del público. Me sorprende pensar en cómo estas innovaciones, que hoy damos por sentado, fueron revolucionarias y tranquilizadoras en su momento.
La Compañía de ascensores Otis jugó un papel fundamental en esta transición. en 1950, instaló el primer ascensor totalmente automatizado enEdificio de Refinación del Atlántico de Dallas, Texas. Este acontecimiento marcó el principio del fin para los ascensoristas, aunque todavía tuvieron que pasar décadas para que la profesión desapareciera por completo.
El proceso de automatización fue gradual y no exento de resistencias. Muchos edificios mantuvieron a los operadores de ascensores junto con los nuevos sistemas automatizados durante un período de transición, lo que permitió a los pasajeros acostumbrarse gradualmente a la idea de un ascensor no tripulado. Una estrategia que resultó crucial para superar los temores iniciales y generar confianza pública en la nueva tecnología.
Los últimos bastiones
Como se mencionó, a pesar del avance de la automatización, los ascensoristas no desaparecieron de la noche a la mañana. En muchos edificios prestigiosos, especialmente hoteles de lujo y rascacielos históricos, permanecieron como símbolo de estatus y servicio de élite.
Incluso hoy en día, en muy pocos lugares concretos, es posible encontrar a estos “guardabosques”. Incluso en ascensores públicos, como los de ciudades como Lisboa (Portugal) o Valparaíso (Chile). Son reliquias vivas de una época pasada, pero también testigos de cómo determinadas profesiones pueden reinventarse y sobrevivir en la era de la automatización.
en el famoso Edificio Empire State En Nueva York, hasta hace unos años era posible conocer ascensoristas reales. Su presencia ya no era una necesidad técnica, sino un homenaje a la historia y tradición del rascacielos. En algunos casos, los ascensoristas se han convertido en figuras casi míticas, símbolos de una época en la que el servicio personalizado era la norma.
En determinados hoteles de lujo, la presencia de un ascensorista todavía se considera un signo de exclusividad y atención al cliente, un toque humano en un mundo cada vez más automatizado.
Seguridad y percepción de riesgos
Un aspecto interesante de la historia de los ascensoristas es cómo ha influido en nuestra percepción del riesgo. Hoy en día, los ascensores son considerados uno de los medios de transporte más seguros, con un promedio de sólo 27 muertes por año en los Estados Unidos, la mayoría de los cuales ocurren durante el mantenimiento, contra casi 1.600 muertes provocadas por caídas de escaleras.
Sin embargo, al principio la idea de un ascensor no tripulado parecía aterradora. Esto nos hace reflexionar sobre cómo la percepción del riesgo puede verse influida más por la familiaridad que por el peligro real. Otro paralelo interesante con las preocupaciones actuales sobre coches sin conductor.
La transición a los ascensores automáticos requirió no sólo innovaciones tecnológicas, pero también un cambio en la mentalidad de las personas. Era necesario convencer al público de que una máquina podía ser tan segura, si no más, que un operador humano. Este proceso de aceptación y adaptación ofrece lecciones valiosas para introducir otras tecnologías autónomas en nuestra vida diaria.
El impacto en la arquitectura y el diseño urbano
La desaparición de los ascensoristas también ha tenido un impacto significativo en la arquitectura y el diseño de los edificios, para bien o para mal.
Con automatización, cabinas de ascensor. podrían ser más pequeños y más eficientes, lo que permitiría a los arquitectos diseñar rascacielos aún más altos.
Por otro lado, eliminar la necesidad de un operador humano ha llevado a repensar los espacios comunes de los edificios. Las zonas de espera de los ascensores, que alguna vez fueron lugares de interacción social, se han convertido en espacios de tránsito más anónimos. Este cambio refleja una transformación más amplia de la vida urbana, donde la eficiencia y la velocidad a menudo han tenido prioridad sobre la interacción humana.
El fin de los ascensoristas: lecciones para el futuro
La historia de los ascensoristas ofrece interesantes elementos de reflexión sobre nuestra relación con la tecnología. Como sociedad, hemos aprendido a confiar en las máquinas que nos transportan verticalmente sin supervisión humana. Ahora nos enfrentamos a un desafío similar con los vehículos autónomos.
Me pregunto: ¿cuánto tiempo pasará antes de que subirnos a un coche sin conductor se vuelva tan natural para nosotros como pulsar el botón de un ascensor? La historia nos enseña que la aceptación de las nuevas tecnologías lleva tiempo, pero también que somos capaces de adaptarnos y superar nuestros miedos iniciales.
La pandemia de COVID-19 Es posible que haya desempeñado un papel similar al de la huelga de ascensores de 1945. Nos han puesto ganas de no depender demasiado de espacios, distancias, servicios. y no vivir encadenado a un escritorio. Las empresas de vehículos autónomos ya están demostrando su utilidad mediante servicios de entrega sin contacto. ¿Podría ser este el evento catalizador que acelere la aceptación pública de esta tecnología?
Repensar el trabajo en la era de la automatización
Otra cosa que nos puede recordar la desaparición de los ascensoristas: el progreso tecnológico puede hacer obsoletas categorías profesionales enteras. Sin embargo, al mismo tiempo crea nuevas oportunidades. Los operadores de ascensores se convirtieron en técnicos de mantenimiento, diseñadores de sistemas de seguridad y expertos en logística vertical.
Esta historia nos invita a reflexionar sobre cómo podemos preparar a la fuerza laboral para los desafíos futuros. La adaptabilidad y la formación continua serán cada vez más cruciales en un mundo en rápida evolución tecnológica.
Pienso en los taxistas y transportistas de hoy: ¿cómo podrán reinventarse en un mundo de vehículos autónomos? ¿Qué nuevas profesiones surgirán de esta revolución tecnológica?
La transición de los operadores de ascensores puede ofrecernos un modelo de cómo gestionar estos cambios. La importancia de uno transición suave, de programas de reciclaje de la políticas que apoyan a los trabajadores Durante estos tiempos de cambio hay lecciones que debemos aplicar a los desafíos actuales y futuros.
El impacto cultural
La desaparición de los ascensoristas no sólo ha tenido implicaciones tecnológicas y económicas, sino también culturales. Los operadores de ascensores eran a menudo figuras clave en los edificios, conocían a todos los inquilinos y ayudaban a crear un sentido de comunidad.
Su ausencia ha cambiado la forma en que interactuamos en los espacios públicos. El ascensor se ha convertido en un no lugar, un espacio de tránsito donde rara vez se intercambian más que unas pocas palabras. Me pregunto si la llegada de los coches autónomos tendrá un impacto similar en la forma en que experimentamos las ciudades e interactuamos con los demás.
Este cambio nos invita a reflexionar sobre cómo la tecnología da forma a nuestras interacciones sociales. Si bien ganamos en eficiencia, ¿qué perdemos en términos de conexión humana? ¿Cómo podemos diseñar nuestras ciudades y espacios públicos para equilibrar los beneficios de la automatización con la necesidad humana de interacción y comunidad?
La ética de la automatización.
La transición de los ascensoristas a los ascensores automáticos también plantea cuestiones éticas que siguen siendo relevantes hoy en día. ¿Cuándo es aceptable sustituir el trabajo humano por máquinas? ¿Cómo equilibramos la eficiencia y el progreso con la responsabilidad social?
Estas preguntas son especialmente pertinentes en la era de la inteligencia artificial y la automatización avanzada. La historia de los ascensoristas nos recuerda que no se trata sólo de cuestiones tecnológicas, sino también profundamente éticas y sociales.
El futuro de la movilidad vertical (y horizontal)
Mientras reflexionamos sobre la transición de los operadores de ascensores a los ascensores automáticos, también es interesante considerar el futuro de la movilidad vertical. Nuevas tecnologías como ascensores de levitación magnética o Están surgiendo sistemas de transporte multidireccionales que prometen revolucionar una vez más la forma en que nos movemos dentro de los edificios.
Estas innovaciones pueden requerir nuevas formas de interacción humana y nuevos tipos de trabajo. Quizás veamos surgir nuevas profesiones relacionadas con la movilidad vertical.
En conclusión, la historia de los ascensoristas no es sólo una pieza de nostalgia urbana. Es un recordatorio de cómo la sociedad puede adaptarse al cambio tecnológico, superando los miedos y las resistencias iniciales. Haríamos bien en recordar esta lección del pasado: la tecnología puede asustarnos, pero al final siempre aprendemos a confiar en ella, especialmente cuando demuestra que hace nuestras vidas más seguras y cómodas.
El ascensor automático fue nuestro primer paso hacia la aceptación de los vehículos autónomos. Esta historia es un ejemplo de cómo la innovación, a pesar de la resistencia inicial, puede integrarse perfectamente en nuestra vida diaria. El desafío, como siempre, será gestionar esta transición de manera que maximice sus beneficios y minimice sus costos sociales.
La historia de los ascensoristas nos enseña que el progreso tecnológico es inevitable, pero cómo lo gestionamos es una elección.