Entre las muchas teorías extrañas e infundadas que circulan hoy en día hay un "gombloddo" real y documentado con consecuencias tangibles que se extienden hasta nuestros días. En Ginebra, hace exactamente 100 años, un grupo de empresarios se reunió para tomar una decisión que influiría en la forma en que todavía consumimos hoy. La llamada "signo de febo“, padre de la obsolescencia programada y protagonista de una de las conspiraciones industriales más fascinantes y concretas del siglo XX.
El nacimiento del Cartel Phoebus y la obsolescencia programada
Il Diciembre 23 1924 marca una fecha crucial en la historia de la industria moderna: un hecho histórico bien documentado. Ese día se fundó en Ginebra una alianza internacional que reunió a los principales fabricantes de bombillas de la época.
Entre los miembros se encontraban gigantes como Osram de Alemania, Philips de Holanda, Compañía de lámparas de Francia e Energia General de los Estados Unidos. Esta verdadera conspiración ha dejado huellas concretas y ha tenido un impacto duradero en la forma en que consumimos.
La estrategia de la obsolescencia programada
El núcleo de la estrategia del cártel Phoebus estaba claro: reducir deliberadamente la vida útil de las bombillas. Antes de que se formara el cártel, las bombillas tenían una vida útil media de entre 1.500 y 2.500 horas. El cártel decidió estandarizar esta duración en 1.000 horas.
La obsolescencia programada, nacida con el cartel de Phoebus, suponía reducir intencionadamente la vida útil de las bombillas de 1.500-2.500 horas a 1.000 horas.
Esta práctica se aplicó rigurosamente a través de un laboratorio de pruebas central en Suiza. Los productores fueron obligado presentar sus productos para evaluación y se arriesgaban a recibir multas si sus bombillas excedían el límite de 1.000 horas. La obsolescencia programada se había convertido así en una realidad codificada y impuesta.

El impacto en la industria.
La influencia de la obsolescencia programada se extendió mucho más allá de la industria de las bombillas. Esta práctica se convirtió en modelo para muchas otras industrias de bienes de consumo. Los fabricantes a menudo justificaban este enfoque afirmando que sus productos eran de mayor calidad y más eficientes, a pesar de su vida útil más corta.
Sin embargo, la evidencia sugiere que la maximización de las ganancias, más que el beneficio para el consumidor, fue la principal motivación detrás de esta práctica. En resumen, la obsolescencia programada se convirtió en una herramienta para estimular la repetición de compras y mantener una demanda constante de nuevos productos.
Las consecuencias jurídicas y culturales de la obsolescencia programada
Las actividades y la práctica de obsolescencia programada del cartel Phoebus obviamente no pasaron desapercibidas. A partir de los años 40. Se inició una intensa actividad investigativa sobre las empresas que formaban parte del cartel. en 1949, el Tribunal de Distrito de los Estados Unidos para el Distrito de Nueva Jersey declaró a General Electric culpable de violar la Ley Sherman Antimonopolio. Este fallo destacó los motivos de lucro del cartel y su impacto en el bienestar del consumidor.
La historia del Cartel Phoebus y la obsolescencia programada también adquirió importancia cultural. Obras de ficción como la novela.El arcoiris de la gravedad"De Thomas Pynchon (1973), documentales como “The Light Bulb Conspiracy” de Cosima Dannoritzer (2010) y otros trabajos de investigación han estudiado ampliamente este fenómeno, destacando sus consecuencias económicas y ecológicas.

El legado de una conspiración
Aunque han pasado décadas desde la disolución del cártel Phoebus, el legado de la obsolescencia programada sigue influyendo en las prácticas de fabricación y el comportamiento del consumidor moderno. Algunos avances tecnológicos recientes, la aparición de “derecho a reparar” y un cambio en las actitudes de los consumidores están desafiando este modelo.
Y entonces, ¿cómo acabó todo con las bombillas? La tecnología LED ha surgido como una solución potencial que ofrece una vida útil más larga. que van desde 25.000 a 50.000 horas, mucho más allá del estándar establecido por el cártel en ese momento. La creciente conciencia medioambiental y el impulso hacia la sostenibilidad están empujando a los consumidores y a algunos fabricantes a optar por productos más resistentes y duraderos.
La impresión, o más bien la evidencia, es que, hasta cierto punto, esta tendencia hacia la preeminencia del beneficio sobre los intereses de los consumidores continúa a buen ritmo.
Y, de hecho, la práctica de la obsolescencia programada persiste en varios sectores industriales. Esto requiere una vigilancia continua por parte de los consumidores y una supervisión regulatoria por parte de los organismos pertinentes para equilibrar los intereses corporativos con los de los consumidores y el medio ambiente.
En la era digital, la obsolescencia programada ha adoptado nuevas formas.
Si bien las bombillas LED pueden durar décadas, muchos dispositivos electrónicos están diseñados con ciclos de vida mucho más cortos. A veces sin siquiera afectar el diseño. Las actualizaciones de software, los cambios en las interfaces y la introducción de nuevas funciones pueden inutilizar dispositivos que de otro modo serían funcionales.
Se trata de una nueva forma de obsolescencia programada que aún hoy plantea importantes cuestiones sobre la sostenibilidad y la ética del consumo. ¿Y mañana? ¿Cómo equilibraremos el deseo de innovación con la necesidad de productos duraderos y sostenibles? Sobre todo, ¿cómo podríamos contrarrestar las "conspiraciones industriales" modernas, de las que es más que legítimo sospechar?
La historia es maestra, pero no nos enseña nada si no sabemos escucharla.
La historia del Cartel Phoebus nos ofrece importantes lecciones para el futuro. Por un lado, nos muestra cómo las prácticas corporativas pueden influir profundamente en los patrones de consumo y el medio ambiente. Por otro lado, nos recuerda la importancia de la supervisión del consumidor y la regulación gubernamental para garantizar prácticas comerciales éticas.
De cara al futuro, el desafío será encontrar un equilibrio entre innovación, sostenibilidad y satisfacción del consumidor. Es posible que veamos el surgimiento de nuevos modelos de negocio que prioricen la durabilidad y reparabilidad de los productos, desafiando el paradigma de la obsolescencia programada.
Una cosa, entonces, por encima de todo. Lo pondré abajo para subrayarlo mejor. La historia del cartel Phoebus nos recuerda que El progreso tecnológico no siempre es sinónimo de mejoras para el consumidor o para el medio ambiente. Nos invita a reflexionar críticamente sobre nuestras prácticas de consumo y las motivaciones detrás de la innovación industrial. La verdadera innovación reside en crear productos que perduren en el tiempo y sean capaces de evolucionar, respetando tanto las necesidades de los consumidores como las del planeta.
El progreso, en definitiva, es una bombilla que siempre está encendida.