La cuenta atrás ha comenzado. Y el ritmo cada vez más apremiante está marcado por las sirenas de alarma que suenan desde Gaza hasta el Líbano, pasando por Jerusalén. Porque mientras el mundo observa con gran expectación la evolución del enfrentamiento entre Israel y Hamás en la Franja, otra mecha se está quedando peligrosamente corto: el que conduce directamente hacia la tercera guerra en el Líbano, con Hezbollah listo para salir al campo contra el Estado judío.
Un escenario de pesadilla, que corre el riesgo de provocar una catástrofe humanitaria y geopolítica sin precedentes. Y que, según muchos analistas, tiene rasgos de "trágica inevitabilidad": un epílogo predecible de una crisis aparentemente sin salida, dictada por la convergencia de intereses y cálculos de tres actores clave. Yahya Sinwar, el líder de Hamás en Gaza decidió continuar la lucha hasta el amargo final. Hassan Nasrallah, el secretario general de Hezbollah que nunca aceptará una tregua con Israel. Y Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí se vio atrapado entre la presión de los halcones y el riesgo de una crisis política interna. Tres líderes con diferentes historias e ideologías, pero unidos por un hecho subyacente: la creencia de que tienen más que ganar (o menos que perder) con la guerra que con la paz. Un juego de ajedrez mortal, que los débiles y en parte falsos esfuerzos diplomáticos de la comunidad internacional parecen incapaces de detener. Para entender por qué, intentemos analizar las jugadas y contraataques de los protagonistas, en una escalada que cada día parece más imparable.
Sinwar y la guerra total
Empecemos por Gaza, epicentro de la crisis actual y peón fundamental de cualquier posible evolución. Un conflicto brutal, resultado de un ataque brutal en un contexto igualmente brutal de diez años: un enredo que se ha enredado desde hace 8 meses y no muestra signos de desmoronarse. Un alto el fuego permanente parece un espejismo. Y el motivo, según los analistas, tiene nombre y apellidos: Yahya Sinwar.
El líder de Hamás en la Franja, aunque se declara dispuesto a dialogar, en realidad sigue una estrategia de guerra total. ¿El objetivo? Desgastar a Israel en un conflicto asimétrico de larga duración, en la creencia de que al final será el Estado judío el que cederá primero.
Sinwar sabe que Hamás puede permitirse una guerra de desgaste, mientras que Israel no. Para un grupo como Hamás, luchar contra una insurgencia interminable es sostenible. Para Israel, los costos humanos y económicos del conflicto eterno son insoportables.
No es casualidad, por tanto, que Sinwar rechazara la propuesta de tregua presentada por Biden, que preveía un alto el fuego gradual a cambio de la liberación de los rehenes y la reconstrucción de Gaza. Una propuesta no muy alejada de las presentadas por Hamás en el pasado, pero que el grupo ahora rechaza. Una señal de que la estrategia ha cambiado, y que pretende arrastrar el conflicto hasta sus consecuencias extremas.
Nasrallah, Hezbollah y el rechazo a cualquier compromiso
El segundo actor que observa con interés la actual escalada, dispuesto a echar más leña al fuego, es Hezbolá. El "Partido de Dios", que controla de facto el sur del Líbano, es de hecho el principal aliado de Hamás en la región. Y su líder, Hassan Nasrallah, espera abrir un segundo frente contra Israel.
Esto lo demuestra el hecho de que, mientras los combates arden en Gaza, Hezbollah ha comenzado a disparar cohetes a través de la frontera, obligando a varios israelíes a evacuar sus hogares. Una provocación que corre el riesgo de desencadenar una reacción en cadena, arrastrando a la región a una nueva guerra.
¿Por qué Nasrallah está tan decidido a subir la apuesta? Según los expertos, el líder libanés está convencido de que puede reproducir el "modelo de Gaza" también en el norte. Es decir, desgastar a Israel en un conflicto asimétrico, aprovechando su arsenal de misiles y sus milicias bien entrenadas.
Nasrallah entendió que Israel tendría dificultades para vencer a una insurgencia. En Gaza, a pesar de su superioridad militar, no logra derrotar a Hamás. Esto le da confianza a Hezbolá.
No sólo eso: Nasrallah sabe que tiene las espaldas cubiertas por Irán, su principal patrocinador y enemigo jurado de Israel. Para Teherán, de hecho, Hezbollah representa un peón fundamental en el contexto de una "guerra por poderes" para mantener al Estado judío bajo control. Y un conflicto en el Líbano serviría para desviar la atención de la cuestión del enriquecimiento de uranio.
Por eso el líder de Hezbolá nunca aceptará un acuerdo de tregua que prevea la retirada de sus fuerzas de la frontera israelí. Sería una capitulación inaceptable, una admisión de derrota que socavaría su prestigio y debilitaría el eje con Irán.
Netanyahu y el riesgo de implosión política
¿Y Israel? ¿Cuál es la posición del gobierno de Benjamín Netanyahu ante la escalada en curso? La ambigüedad reina suprema. Aparte de algunas declaraciones superficiales para engatusar al frente interno, el país judío actúa como una banda elástica entre negociaciones y ataques: la situación es compleja.
Netanyahu, de hecho, está atrapado en un vicio político que corre el riesgo de paralizarlo. Por un lado, tiene que lidiar con la presión de los partidos más extremistas de su coalición, que exigen acciones contundentes contra Hamás y Hezbolá. Por otro lado, corre el riesgo de ser acusado de debilidad por la oposición de centro izquierda, dispuesta a derribarlo en caso de dar pasos en falso.
Una situación que se agravó tras la retirada de su principal aliado moderado, Benny Gantz, por la coalición gobernante. Un hecho que aumentó la probabilidad de elecciones anticipadas, poniendo en duda la estabilidad del ejecutivo.
La espalda de Netanyahu está contra la pared. Si cede a la presión de los halcones, corre el riesgo de arrastrar al país a una guerra devastadora. Si busca una mediación, será acusado de traicionar la seguridad nacional.
En este contexto, paradójicamente, una escalada militar podría parecerle al Primer Ministro la única salida. De hecho, una guerra contra Hezbollah podría reagrupar a la opinión pública israelí en torno al gobierno, aliviando la presión interna. Un cálculo cínico, pero no sin precedentes en la historia del conflicto de Oriente Medio. Y no ajeno a la psicología de Netanyahu, que este año jugó" con las vidas de demasiadas personas, dentro y fuera del país.
¿Una tragedia anunciada?
En resumen, la mezcla de intereses y cálculos que mueven a Sinwar, Nasrallah y Netanyahu parece empujar inexorablemente hacia un nuevo y devastador conflicto. Una "trágica inevitabilidad", como la definen algunos analistas, que corre el riesgo de causar muerte y destrucción a una escala incluso mayor que la guerra en curso en Gaza. Por supuesto, la diplomacia internacional está trabajando para evitar este escenario: una tregua en Gaza también podría enfriar parcialmente el frente libanés, pero hasta ahora los resultados han sido decepcionantes.
Porque al final, como se ha dicho, ninguno de los protagonistas parece tener un interés real en frenar la escalada. De hecho, cada uno de ellos cree que puede ganar algo con el empeoramiento de la crisis. Una lógica perversa, que pone en riesgo la vida de millones de civiles inocentes. Esperemos que al final prevalezca el sentido común y que la razón triunfe sobre la locura de la guerra. Pero el tiempo se acaba y las posibilidades de evitar lo peor parecen ser cada día más escasas. Oriente Medio está al borde del colapso. Lo que está en juego no es sólo el futuro de Oriente Medio. Es el futuro de todos nosotros, de una humanidad que no puede permitirse otro conflicto devastador. Porque al fin y al cabo, como dice un antiguo proverbio, "en la guerra no hay vencedores, sólo perdedores". Y esta vez, podríamos ser todos nosotros los que perdiéramos.