La batalla contra las noticias falsas está generando una paradoja inesperada: cuanto más intentamos desenmascarar la desinformación, más desconfía el público de todas las noticias, incluso de aquellas basadas en hechos y provenientes de fuentes confiables. Esto es lo que surge de un nuevo estudio (lo enlazo aqui) que probó la eficacia de tres estrategias comúnmente utilizadas para desacreditar y contrarrestar las noticias falsas. ¿Comprobación de hechos? ¿Iniciativas de alfabetización mediática? ¿Informes dedicados? Todo bajo la lente, en comparación con tres enfoques alternativos.
Los resultados son alarmantes. Todas las estrategias de desacreditación, tanto tradicionales como revisadas, parecen alimentar una sensación generalizada de duda entre el público. Y ponen en riesgo la confianza en fuentes legítimas de información, un pilar esencial del funcionamiento de las democracias (si es que las tienen).
Un estudio a gran escala en tres continentes
La investigación, publicada en Nature Human Behaviour, Incluyó una muestra de 6.127 participantes en Estados Unidos, Polonia y Hong Kong. Los investigadores realizaron tres experimentos de encuestas en línea para evaluar la efectividad de tres estrategias de remediación utilizadas actualmente para combatir la información errónea, en comparación con tres estrategias alternativas.
La idea detrás de las estrategias rediseñadas era promover la participación crítica, pero no demasiado escéptica, de los usuarios con la información. Por ejemplo, en lugar de centrarse en la dicotomía verdadero/falso, uno de los enfoques alternativos enfatizó la comprensión del sesgo político en la información periodística.

Desmentir alimenta la desconfianza
Hay mucho en qué pensar. El discurso público sobre las noticias falsas no sólo aumenta el escepticismo hacia la información falsa, sino que también erosiona la confianza en fuentes de noticias confiables.
Es un juego perdido: los beneficios potenciales de reducir las percepciones erróneas deben sopesarse cuidadosamente frente a las implicaciones más amplias de un mayor escepticismo. Y esto excluye el fake desmentir, una técnica de propaganda disfrazada de verificación de hechos, que sólo tiene como objetivo desmantelar tesis no deseadas calificándolas de falsas.
Aparentemente, se necesita una revisión más profunda de los enfoques actuales sobre la desinformación y la necesidad de desarrollar estrategias más matizadas.
El desafío de una lectura crítica pero no cínica
El desafío, por tanto, es encontrar un equilibrio: promover una mirada crítica a la información sin caer en un exceso de cinismo corrosivo, que socava la confianza en fuentes confiables. No es una tarea fácil en una era en la que las noticias falsas se han convertido en un tema constante de discusión, alimentando crecientes preocupaciones sobre su daño potencial.
Eventos de alto perfil como el asalto al Capitolio de los EE. UU., las dudas sobre las vacunas durante el Pandemia de COVID-19, la guerra en Ucrania, el brutal ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre y la abominable reacción de Israel han contribuido a aumentar estos temores. Lo hicieron porque mostraron todos los límites de los medios actuales, nunca percibidos como verdaderamente independientes. Esta percepción errónea se ha trasladado con el tiempo a las iniciativas de verificación de datos, que ahora están en aumento, y las principales plataformas incorporan la verificación de datos en su oferta habitual, a veces sin aplicar el mismo rigor a sus propias noticias.
Hacia un enfoque más matizado para desacreditar

La sensación es que se acabó la era del "asalto" del descrédito, la fase "Ferragni" de los grandes desacreditadores que fueron un poco azotes y un poco influenciadores. En el david puente, para poder entendernos. Si bien, por un lado, sus esfuerzos para combatir la difusión de noticias falsas son encomiables (siempre y cuando sean de buena fe), por otro lado han alimentado un clima de desconfianza generalizada hacia la información. Una paradoja que requiere un replanteamiento profundo de las estrategias actuales.
Como sugieren los investigadores, el camino a seguir es el de un enfoque más matizado, que promueva la capacidad de discernir los hechos sin aplicar "sellos" fáciles basados en análisis precipitados o burlas. Un desafío complejo pero crucial, porque de él depende la salud misma de nuestro debate público.